Café Coliseo, donde el café de cada mañana se convierte en costumbre necesaria para coger el ritmo a la jornada. Una rutina que se repite todos lo días, como un mantra, incluso casi con devoción, como si de un rito se tratase.

El templo tiene envoltorio de bar, donde también uno encuentra la calma a la mundana necesidad de “comer”, con los platos de su menú diario, de recetas tradicionales, que el pastor prepara con sus propias manos, casi por sugerencia divina, o cuando menos con los frescos ingredientes que se ponen a su alcance. Imprescindible su paella de los jueves y si te apetece algo menos redentor, sus pizzas son tentadoras.

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